Diosa Locura

-No estoy loca, no estoy loca…

Anette se sujetaba la cabeza con ambas manos, balaceándose hacia delante y hacia atrás una y otra vez sin parar. Tenía los ojos abiertos de par en par, mirando fijamente el suelo bajo sus pies, su cuerpo temblaba compulsivamente y los dedos de sus pies se entrelazaban entre ellos en un ataque frenético de ansiedad. Agarró con más fuerza sus cabellos, sin importarle el dolor de su cuero cabelludo, y se balanceó aún más deprisa.

-No estoy loca, no estoy loca…

Vio de nuevo esas imágenes pasar por su cabeza a una velocidad insoportable. Tejidos carcomidos por las polillas, flores podridas rodeadas de moscas y cucarachas que las devoraban entre zumbidos nauseabundos, engranajes oxidados rechinando uno tras otro sin parar… La sangre, sangre fresca y seca sobre el suelo, rodeando un cadáver destrozado por una bestia monstruosa… Sí, sólo una bestia podía haber hecho eso, una bestia terrible y sanguinaria. Sólo algo así podía haber arrancado los brazos de cuajo de la forma que lo había hecho, roerlos hasta llegar a la médula de los huesos, desfigurarle la cara con unas garras gigantescas, succionar su sangre hasta la última gota para convertirlo en algo peor que una hoja mustia de otoño, dejar aquella expresión de pavor en los restos de su rostro…

-No estoy loca, no estoy loca…

Y la sintió, sintió de nuevo aquella sed atroz, atormentándola como una máquina de tortura despiadada, penetrando sus entrañas con la voz de la demencia. Necesitaba beber, beber como había bebido de aquel último cadáver que danzaba en el interior de su cabeza.

Levantó la vista, horrorizada, al recordar. No, el cadáver no estaba en su cabeza, estaba allí, ante ella, tendido bajo la luz de una vela en aquella mugrienta habitación, mirándola acusadoramente con los restos de su ojo destrozado, lo único que era capaz de vislumbrar Anette en aquel agujero de perdición. Notó los labios temblar, la boca abrirse poco a poco para soltar un grito de terror.

-No estoy loca, no estoy…

Y, entonces, empezó a reír. A reír como había hecho el resto de las noches, arrancándose mechones de cabellos mientras pataleaba en el suelo y zarandeaba los brazos en el aire extasiada por una embriaguez indescriptible.

-¡No estoy loca, no estoy loca!-gritó -. ¿Cómo iba a estarlo? ¡Soy la criatura más temible de la noche, la hija bastarda de la literatura de terror! ¡Soy temible, bella y eterna! ¡Soy un Dios! ¡Y si los dioses están locos, aquí tenéis a la más grande de entre los Dioses, al gran bufón de los monstruos! ¡Sangre, oh, bella sangre he aquí a la Reina de los Locos!